Sentada en un bar cerca de la plaza principal de la capital del norte de Tailandia, Chang Mai, sonrío a la vida, a Eloy que sigue mosqueado conmigo. En Singapur todo ha sido genial, clima, gente, hostal, ciudad, ningún conflicto con mi compañero de viaje...las miles de luces que colorean a esa megapolis, sus olores a especias y curry, los colores de los trajes tradicionales de la multitud de etnias que viven pacíficamente juntas...
¡Como me gustaría que en occidente pudieran convivir así felizmente tantas razas y religiones y culturas tan distintas en el respeto reciproco y fraternidad hacia cada idea, convicción, postura, esquema mental y tradición que confluye en Singapur.
Admiro a este país y a su gente...quizás su gobierno sea duro, severo e intransiguente, pero no deja de ser cierto que ha conseguido algo que no existe ni en Italia ni en otro país de Europa del sur: cada persona es libre de expresar sus creencias sin sentirse discriminado o emarginado, víctima de prejuicios y racismo lantente...
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